Archivo de entrevistas:  Álvaro Silva Muñoz

Archivo de entrevistas: Álvaro Silva Muñoz

Camus: En el mes de marzo (2018) se viralizó una fotografía de un profesor de la Escuela Técnica de Lascano sosteniendo en brazos el bebé de una estudiante durante una clase. En su opinión, ¿por qué esa imagen generó tan alto impacto en nuestro medio?

Porque estimo que rompió varios sentidos comunes instalados: por un lado, en general no nos resulta familiar la presencia de un bebé en un aula; también nos cuesta ver que haya adultos mayores en un aula. En general, esto guarda relación con que en nuestras sociedades occidentales hemos planteado como sinónimos, cuando no lo son, educación y escolarización. Y los procesos escolares han sido pensados para que los transiten niños, niñas, adolescentes y jóvenes que, como nuevos llegados al mundo, de modo que apropiándose de un legado cultural, consolidan su ciudadanía, desarrollan habilidades y competencias, adquieren conocimientos considerados relevantes para una vida en sociedad.

En particular, a este respecto, Urresti y Margulis se refieren a la adolescencia y juventud como un tiempo en que se abre una moratoria, con dos componentes: una vital y una social. La moratoria vital consiste en contar con un crédito temporal, a una distancia suficientemente razonable del nacimiento y a una aún mayor de la muerte. Es un período para explorar, buscar. Pero resulta que esta moratoria depende de la sociedad para realizarse, por lo que en ella se activan las distintas diferencias sociales y culturales, y se conforma una moratoria social: se trata de un crédito que la sociedad ofrece a los jóvenes para experimentar su transición al mundo adulto, sin asumir todavía las responsabilidades de este. La cuestión es que en sociedad, ese tiempo varía con la condición social de los jóvenes, con su estructura de oportunidades: en algunos casos la condición se alarga indefinidamente y, en otros, esa condición es brevemente experimentada.

Pero también hay otro elemento disonante en la fotografía: no estamos acostumbrados a ver que un docente asuma esa tarea. En general, si tuviéramos que representar a la tarea docente, en general lo hacemos escribiendo algo en un pizarrón, o hablando al grupo de manera general, o evaluando tareas de los estudiantes. Asociamos la tarea docente al conocimiento en juego, al desarrollo del lenguaje escrito, a ciertas prácticas en que se asientan algunas de sus fuentes de autoridad (evaluación). Si vemos a niños y niñas jugando a las maestras o a los profesores, predominan las consignas para hacer tareas, los rezongos, las sanciones (expulsión de clase, bajas calificaciones, comunicados a los padres), las valoraciones éticas para convivir en el grupo («no te burles de tu compañero», «hay que apoyar a fulano porque un familiar tuvo un quebranto de salud»), etcétera.

Pero no asociamos al docente a una tarea que tiene un componente de cuidado. Más aun, toda relación educativa incluye esta dimensión, más allá que haya bebé o no. Por supuesto, con el bebé queda más en evidencia porque requiere el cuidado básico de su vida. Pero, simultáneamente, y este es el gesto central del docente, se está cuidando a la estudiante, joven madre del bebé. Se la cuida para que avance, para que tenga un tiempo para apropiarse de los saberes que se estaban compartiendo, para que intercambie dudas y reflexiones con sus compañeros. Sin caer en falsos asistencialismos, se trata de un cuidado que, precisamente, promueve la autonomía, el esfuerzo personal, la posibilidad de realización. Y todo ello ya educa, con los saberes que se estaban dialogando, creo que en una clase de Física, y más allá de ellos. Sin falsas oposiciones.

Finalmente, un último elemento a considerar es que, si bien no surge directamente de la foto, en ocasiones se nos agolpan elementos visuales que remiten a prejuicios: la imagen derriba una cadena de significantes que se articulan en torno a lo que Pablo Martinis ha señalado como sujeto carente: pobre – peligroso – potencial delincuente. En este sentido, se han designado como ni–ni aquellos jóvenes que «ni estudian ni trabajan» (Carolina Porley problematiza con profundidad esta noción); si bien a esta categoría pertenecerían jóvenes de todos los estratos sociales, los anclajes del discurso social se han concentrado en aquellos que son pobres, pues la falta de asistencia a un centro de educativo formal y la falta de un espacio laboral constituyen la expresión de la marginación por su falta de afiliación a los dos pilares centrales de la modernidad: educación y trabajo.

Desconozco el nivel socioeconómico del hogar de origen de la joven y su bebé, y tal vez aquí no aplique, pero lo que sí sé es que algunos discursos activan los resortes del embarazo adolescente como imposibilidad de estudiar, como falta de perspectivas para evaluar consecuencias, como falta de educación, y se lo asocia fuertemente a contextos de pobreza. A lo que sigue una suerte de destino asignado, por la cual, ante un embarazo que se transforma en obstáculo, su falta de futuros estudios tiende a reproducir la futura desigualdad de oportunidades. Por otra parte, existen muy buenos estudios que indican que en el recorrido de las trayectorias de los jóvenes estudiantes, se abandona el sistema educativo formal primero y, a falta de oportunidades y otros horizontes vitales, luego sobreviene el embarazo como proyecto central, pero esto es harina de otro costal. En efecto, la fotografía muestra cómo caen estos discursos y el sentido común que construyen en su hegemonía: una joven estudiante desarrolla otros proyectos además de su maternidad, solo requiere apoyos, cuidados. Es la configuración del antidestino, al decir de Violeta Núñez.

Camus: En el artículo de su autoría Una pedagogía de los gestos (publicado en La diaria el 29 de marzo del corriente) usted expresa que este hecho denota un gesto que simboliza la bienvenida que les damos a este mundo a los nuevos. ¿Cómo se relaciona ese gesto con lo educativo?

Como intenté sugerir en la respuesta anterior, el principal gesto del docente es el de habilitar una posibilidad para que la joven pueda estudiar. Si bien el bebé es uno nuevo en este mundo, ella también es una nueva, es una de las recién llegadas a este mundo, siguiendo a Arendt. Es una integrante de la nueva generación, a la que intentamos brindar claves de interpretación para comprenderlo.

Cuando me refiero a gesto, intento delinear un tipo de lenguaje que no es verbal ni letrado, sino que apela a otras vías de comunicación. De hecho, fue registrado mediante una fotografía. Y también me refiero a su carácter puntual y simultáneamente profundo que, sin transformar las estructuras sociales o del sistema educativo, las interpela. Si dejamos que la imagen transmita todo su potencial, la situación educativa nos revela lo que la propia Arendt plantea como segundo nacimiento. Es decir, posterior al primer nacimiento de la joven, el espacio educativo, el docente, los compañeros, conforman una trama que construye un segundo nacimiento: posibilidad de ser acogida, llegar a un mundo en el que interactuamos con otros, en el que construimos lo común.

Para habilitar este despliegue, debemos desarrollar mutuamente la hospitalidad. Es la capacidad de ponernos en el lugar del otro lo que activa la mutua comprensión que, a su vez, amplía nuestro espacio común. La educación, a través de sus innumerables prácticas, consiste en ampliar conocimientos, saberes, actitudes, disposiciones, lenguajes, sensibilidades que nos ofrezcan claves para situarnos en este mundo, comprenderlo mejor y actuar en él.

Camus: Desde su perspectiva, ¿qué otros gestos podrían potenciar calidad e inclusión, en el ámbito educativo?

Se podrían elegir varios, pero concentrémonos en uno para no desviar la potencialidad de los gestos: pasar la lista de asistencia enunciando nombre y apellido, y no solo apellido. Tal vez, por costumbre, por falta de tiempo o porque en definitiva los estudiantes se listan por orden alfabético siguiendo la inicial del apellido, enunciamos solo apellidos. Capaz también sucede en otras instituciones de la sociedad que nos dan la bienvenida al mundo, ya que trascienden al primer ámbito familiar: puede que nos llamen solo por el apellido para convocarnos en una consulta médica, para realizar un trámite, etcétera.

Pero si uno se pone a pensar, en la gran mayoría de los ámbitos de la vida social en la que uno pasa más tiempo o genera mayores confianzas, a uno lo llaman solo por el nombre (familia, amigos, compañeros de trabajo, compañeros del club, etcétera). Y ello es signo de afecto, cuidado, hospitalidad.

No debería entenderse llamar a una persona por su nombre, o nombre y apellido, como una pérdida de formalidad o autoridad de la institución educativa. La hospitalidad, como decíamos, abre al respeto mutuo y a la construcción de lo común y, por tanto, mayor aún es la autoridad que se gana, ya que se une a la responsabilidad. Como al que nombro en la lista no es uno cualquiera, sino que es tal y tal, ello me hace responsable de su desarrollo en este mundo y crear condiciones para que ello sea posible. Por otra parte, nombre y apellido conforman un gesto de reconocimiento, de referirse al sujeto concreto, histórico, único. No habría inclusión necesaria, ya que estamos «todos dentro», todos pertenecemos a este mundo y se nos reconoce en él. Somos alguien.


Camus: ¿Cómo describiría una institución educativa hospitalaria?

Como en el caso anterior, concentrémonos en uno: el aspecto edilicio. Un edificio bien cuidado por todos, que mantenemos limpio entre todos, en el que todos podemos circular fluidamente por todos sus espacios, nos remite a la máxima hospitalidad: sentirnos como en casa. Y como dejé entrever, constituye responsabilidad de todos y no solo de los arquitectos que lo diseñaron o del personal de mantenimiento que se contrata a sus efectos. Y que lo podamos vivir como espacio común que nos construye en común, y que gozamos porque en común hemos decidido —esa es la política— destinar fondos para su disfrute. Y ello sería fuente de nuevas responsabilidades para que cada uno asuma su parte de cuidado.

Dentro del edificio, detengámonos en el escritorio de la Dirección. De nuevo, si uno mira a los niños y niñas jugar a las maestras, verá que una maestra expulsa de clase y envía a la Dirección para estudiar su sanción; o, como algunos recordarán, para comunicarles que son abanderados. Una Dirección hospitalaria, estimo, es aquella Dirección de lo cotidiano que no solo sanciona o premia, sino que con su escritorio de puertas abiertas y que solo se cierran cuando hay reuniones, evidencia un gesto de acogida, recibimiento. El mensaje es «entrá cuando quieras, cuando lo necesites» para saludar, para conversar, para intercambiar, para discutir.

Se me dirá que puedo ser ingenuo o que el tiempo no da para todo: para dialogar con estudiantes, familias, docentes; para elaborar documentos; para analizar propuestas de otras instituciones, etcétera. Pero apostemos al gesto, arriesguemos y veamos luego cómo conjugar estas múltiples responsabilidades. Ya habrá tiempo de adecuar su distribución, pero partamos de la convicción que ello favorece la hospitalidad y, como señalamos al principio, ello por sí solo educa.


Camus: ¿Por qué nuestra sociedad necesita construir instituciones educativas hospitalarias?

Porque, estimo, antropológicamente necesitamos el reconocimiento de otros para existir. Y el reconocimiento se une a la hospitalidad, en la medida que ella genera las condiciones para aquel. Con esta apuesta, considero que la institución educativa realiza su aporte para impulsar nuestra convivencia en sociedad; y, en la comprensión mutua, podemos elaborar otras formas de resolver nuestros conflictos, por ejemplo.

Y, porque, si continuamos siguiendo a Arendt, la hospitalidad se une a la responsabilidad por el otro y su suerte. Y esto, creo, es algo que las sociedades de nuestros tiempos requieren: que asumamos responsabilidades. Ante su dilución, o ante la impunidad de actuar de cualquier forma, se genera el vacío y la falta de referencias para favorecer la comprensión. Y si en algún punto entendemos que los jóvenes están desorientados, preguntémonos por nuestra asunción de responsabilidades como adultos.

Camus: ¿Cómo podríamos favorecer la construcción de estas instituciones desde los distintos actores involucrados?

Cada uno puede aportar desde su lugar: la Dirección como ya fue aludida y también proponiendo otros gestos; el docente en el aula como en Lascano o pasando la lista como sugerí; el estudiante recibiendo con apertura a compañeros inmigrantes, por ejemplo; las autoridades del sistema educativo brindando orientaciones claras y fundamentadas, que contribuyan a contextualizar aportes locales.

Si la hospitalidad refería a sentirse recibido para comprender más y ampliar horizontes, las familias podrían ampliar, en la medida de sus posibilidades, el tiempo compartido con los nuevos, pues así se constituyen en referencia para los nuevos. Además, los medios de comunicación podrían, como gesto, difundir mucho de lo que se realiza cotidianamente en las instituciones educativas, pues ello mostraría cómo día a día se da la bienvenida a los nuevos, y no solo una cobertura de los grandes premios o los grandes problemas de la educación. También los colectivos sindicales podrían aportar a la construcción de instituciones hospitalarias, situando los lenguajes de intercambio en otras posibles coordenadas y realizando iniciativas que coloquen al estudiante en el centro de la relación educativa, tal vez postergando sus intereses laborales o disciplinares.
La sociedad uruguaya está fuertemente preocupada por los logros educativos. En general, se advierten problemas como la deserción escolar, la repitencia, los aprendizajes en lectura, escritura, matemática, etcétera, ¿deberíamos preocuparnos también por otros aspectos de la formación del ser humano?

Al parecer se preocupa por los logros educativos como los mencionados, pero creo que más le preocupa cuando ello se traduce en una supuesta «crisis de valores», en una suerte de retroalimentación: como participamos de un tiempo de decadencia cultural, dicen algunos, a las nuevas generaciones no les interesa estudiar, leer, esforzarse, etcétera; y como abandonan, ello deriva en que no han adquiridos los valores, los hábitos para integrarse socialmente. Palabras más, palabras menos, así creo interpretar este planteo circular.

Por ello, es una preocupación actual la cuestión ética; pero, simultáneamente, en ocasiones tenemos un doble discurso, por el cual postergamos la cuestión ética y nos concentramos en lo que llamamos conocimientos positivos, es decir, los que conforman los objetos de estudio de las diversas disciplinas, considerados como eso, objetos de estudio.

Una institución educativa hospitalaria no se opone a que el ser humano se forma en otros espacios diferentes en donde se comparten los conocimientos positivos, sino que ellos mismos son los que provocan la reflexión ética: ¿para qué escribir de tal o cual manera?, ¿a quién le escribo?, ¿qué lenguaje conviene utilizar en tal o cual circunstancia?; el puente que se construye gracias a la Matemática y la Física, ¿qué territorios y personas conecta?, ¿cómo favorece el intercambio cultural?, ¿a quiénes otros puede dejar aislados?, ¿qué impacto medio ambiental tiene? Porque si lo hacemos aparte, Arendt mismo nos advertía de una hospitalidad que deviene en discurso moralizante.

Camus: ¿Cómo imagina una institución pensada desde una pedagogía de los gestos?

Como una institución en la que los gestos puedan madurar para construir cultura institucional; es decir que, sin perder su profundidad, se vuelvan cada vez más frecuentes y diversos, para generar una trama de nuevas relaciones humanas. Y que cuando algunos se naturalicen tanto y pierdan potencial, se reinventen otros gestos nuevos. Ese proceso, ese diálogo con el contexto histórico, esa acción que depende de los sujetos que interactúan, son los componentes de una pedagogía.

Camus: ¿Por qué seguir educando?

Porque siempre están viniendo nuevos al mundo. Y por ello es fascinante y de alta responsabilidad la tarea de educar, porque siempre es diferente, nueva. Y porque los nuevos requieren de nuestra parte para conocer, comprender y actuar.

 

Álvaro Silva Muñoz

Candidato a Doctor en Educación, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FHCE, UDELAR). Magíster en Política y Gestión de la Educación (CLAEH, Uruguay). Licenciado en Ciencias de la Educación (FHCE, UDELAR). Integra el Departamento de Pedagogía, Política y Sociedad (Instituto de Educación, FHCE, UDELAR) y es docente de diversas unidades curriculares de la Licenciatura en Educación. Desarrolla una línea de investigación en Estudios prospectivos en educación en este ámbito. Ha participado de diversas instancias de formación permanente en otras instituciones del Sistema Nacional de Educación Pública (Instituto de Formación en Servicio del CEIP, carrera de Educación Social del CFE). Es coordinador académico del Instituto Salesiano de Formación (ISF) y es docente del curso de Pedagogía en la Licenciatura de Psicopedagogía y del curso de Filosofía de la Educación en la Maestría en Psicología Educacional (UCU, Uruguay). Ha supervisado diversas monografías y tesis de grado. Ha publicado distintos artículos de su especialidad en revistas académicas especializadas y revistas de divulgación.

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