El amor en el aula

El amor en el aula

En este mes en el que el amor romántico adquiere protagonismo en los escaparates, resulta pertinente preguntarnos acerca de qué lugar ocupa el amor en nuestras aulas. Muchas de las ideas que tenemos internalizadas acerca del rol docente, la distinción entre los espacios públicos y los privados, nos hacen creer que el amor no tiene lugar en el salón de clase. Pero ¿qué conexión significativa no está impregnada de amor?

¿Cómo influye el amor en nuestras prácticas docentes diarias? En Rol docente, Laura Pitluk aborda esta cuestión sobre la base de que «los vínculos afectivos, sostenidos y profundos favorecen las posibilidades infantiles en todos los sentidos: para insertarse socialmente en una institución y un grupo, para apropiarse significativamente de los contenidos, para formarse como sujetos pensantes y autónomos».

Desde esta mirada, los educadores se constituyen en sostén de los procesos y las posibilidades de los alumnos, sus modelos acerca del pensar y accionar, son fuente de riqueza, confianza y avances, pero también de parálisis, inseguridades y retrocesos. ¿Por qué? Porque pueden generar en ellos confianza en sí mismos, interés y ganas de participar, o quietud, temores, inseguridades; haciendo énfasis no solo en la palabra, sino también en lo que se transmite a través de una mirada, con una actitud corporal o un tono de voz.

Un punto de partida importante para pensar estas cuestiones es reconocer el poder inherente que tienen los docentes. En este sentido, Gustavo Mórtola en su artículo «Haruki Murakami y las estudiantes de magisterio» identifica un desafío para la formación como una profesión fuertemente emocional. Y propone un cuidado que «debería tener en cuenta la potencia pedagógica y socializadora —y política por supuesto— del afecto, la escucha atenta, el cariño».

El amor, o la falta de él, afecta en gran medida a lo que ocurre en el aula; si bien no suele figurar como un elemento crucial de los entornos académicos rigurosos, sin embargo, es una parte esencial de todo aprendizaje significativo. El amor en acción, en el aula, es una práctica y un compromiso de aparecer por el otro, incluso cuando las situaciones se ponen intensas.

La pedagogía responsable y cariñosa es un arte que lleva tiempo perfeccionar. Como comunidad de aula, la capacidad de generar entusiasmo se ve profundamente afectada por nuestro interés en los demás, en escuchar las voces de los demás, en reconocer la presencia de los demás.

Entonces, ¿qué aspecto tiene el amor en una clase? Resulta que la respuesta a esta pregunta es muy diversa. Como señalan  J. Wink y D. Wink, «La cara del amor en un aula puede ser un respeto profundo y duradero por las personas y por el aprendizaje; puede demostrar seguridad. Puede irradiar libertad para pensar, para crecer, para cuestionar. La cara del amor por el aprendizaje puede ser tranquila, pensativa y reflexiva. El amor también puede ser vivaz y divertido. El amor en el aula es tan diverso y complejo como los alumnos y sus necesidades y las perspectivas, experiencias y filosofías del instructor. El amor puede conectar al profesor, a los alumnos y al plan de estudios».

 

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Bibliografía

Mórtola, Gustavo (2016). «Haruki Murakami y las estudiantes de magisterio» en revista Didáctica Primaria, junio 2016, Montevideo: Camus Ediciones.

Pitluk, Laura (2015). Rol docente. Montevideo: Camus Ediciones.

 Wink, J., & Wink, D. (2004). Teaching passionately; what's love got to do with it? Boston, MA: Pearson.

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