Enseñanza, diversidad y contextos

Enseñanza, diversidad y contextos

Fragmento del libro Enseñanza, diversidad y contextos: ideas y proyectos para jardines transformadores. Perteneciente a la colección Didáctica Inicial 2020

Autoras: 

Natalia Vázquez
Mónica Batalla
Lucila Németh
Patricia Sarquis

¿Cuáles son las cualidades que tiene que tener un o una docente para afrontar profesionalmente su tarea cotidiana?

¿Qué habilidades deben construir los y las docentes hoy para llevar adelante su profesión?

¿Cuáles son los nuevos desafíos que plantea la educación formal en este siglo?

¿Qué conocimientos supone la tarea de enseñar en la diversidad?

¿Cómo se preparan los maestros y las maestras para el trabajo con las familias?

¿Cómo se construyen estrategias acordes a cada contexto?

En primer lugar, es necesario el compromiso con la tarea a asumir, lo cual excede la transmisión de contenidos. Allí, se centra la preocupación por los alumnos y las alumnas como personas, no solo como estudiantes. Un buen o una buena docente acompaña y enseña para la vida.

Los maestros y las maestras parte de la diversidad

Cumplir con la tarea de enseñar representa hoy un gran desafío, pero hay que debatir, plantear dudas, preocupaciones, compartir logros y encontrar la mejor manera de comenzar a revisar nuestros propios prejuicios. Todos y todas los tenemos, lo importante es reconocerlos y trabajar a partir de ellos.

Las escuelas están compuestas por todas las personas que forman parte de ellas. Así es que son tan diversas y particulares, porque asumen la fisonomía del contexto al cual pertenecen. Pero, a pesar de las diferencias, tienen representaciones comunes en relación con sus funciones, con su responsabilidad y con la difícil tarea de enseñar.

Los y las docentes, cotidianamente, reciben niños y niñas devenidos en alumnos y alumnas, pero casi ninguno cumple con el supuesto de alumno o alumna que se espera. Y la pregunta es recurrente y urgente: ¿Qué hacer con estos niños y niñas?

La escuela se encuentra con la difícil tarea de revisar y construir estrategias de inclusión que atiendan las reales necesidades de todos los niños y niñas. Y, en este sentido, la situación más urgente recae en comenzar a derrotar esos supuestos que, marcados por los prejuicios, el vacío de nuevas representaciones y la incertidumbre, complican las posibilidades de que en la escuela exista un lugar para cada estudiante.

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Crear redes: familia y escuela

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Es importante tener presente que el concepto de familia se ha transformado a lo largo de la historia, teniendo en cuenta los cambios producidos a nivel social, histórico y económico.

Muchas veces, en los espacios escolares en general, pese a que se utiliza la expresión familia y no papá y mamá, en el imaginario social y en el docente este término continúa remitiendo a la familia nuclear de la modernidad (padre, madre e hijos).

Por lo tanto, deberíamos preguntarnos:

¿Qué pasa cuando ingresan a las escuelas familias con otra composición?

¿Son realmente aceptadas o seguimos deseando recibir a niños y niñas provenientes de familias denominadas «bien constituidas»?

Lo que se pretende aquí es que nos paremos desde el otro lugar, ampliar la mirada y tener en cuenta qué es lo que las familias esperan de los y las docentes y de la escuela. Es importante reflexionar acerca del rol que la familia desarrolla en la escuela, así como también sobre lo que se le exige y espera de ella.

A partir de allí es que nos podemos preguntar:

¿Qué cosas le competen a la escuela y qué cosas a la familia? ¿Cuál es la responsabilidad de cada una?

¿Cómo se construye hoy el acuerdo necesario entre estas dos instituciones encargadas del proceso de socialización infantil?

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Un cambio de mirada hacia la inclusión

En primer lugar, es preciso considerar que, a pesar de estar hablando de inclusión, en la sala de Mariana no hay casualmente este año ningún alumno o alumna con discapacidad. Desde este lugar es que debemos revisar entre todos el sentido que hoy adquiere la palabra inclusión, entendida desde el paradigma social.

La educación inclusiva no tiene que ver solo con el acceso de los alumnos con discapacidad a las escuelas comunes sino con eliminar o minimizar barreras que limitan el aprendizaje y la participación de todo el alumnado (Ministerio de Educación de la Nación, 2019, p. 12).

Desde este punto de vista, el concepto de inclusión alberga la idea de concebirnos todos diferentes y que así, distintos como somos, la escuela asuma el desafío de recibirnos. Pero incluir no se trata solo de estar de las puertas para adentro de la institución o del aula. Hoy, se trata de que cada uno de los que participamos del hecho educativo estemos aprendiendo, inmersos en situaciones de enseñanza de calidad.

De este modo, esperamos que cada uno de los niños y cada una de las niñas que asiste al jardín de infantes pueda avanzar en sus aprendizajes desde el punto en el que se encuentra y desplegar su máximo potencial. Todos y cada uno de los niños y niñas que forman parte de la institución deben estar en la escuela aprendiendo.

Cuando decimos todos, entendemos que detrás de cada propuesta didáctica hay un maestro o una maestra que interviene no solo para ayudar a quien no se anima o a quien no pueda resolverla, sino también a quien pudo hacerlo sin ayuda, y proponerle un desafío que le permita avanzar más allá de lo que logra con el conocimiento que ya tiene disponible.

Pese a que analizamos una sala en la que no hay niños o niñas con discapacidad, en el caso de que sí hubiera, serían uno o una más. Porque sí hay niños y niñas con capacidades diferentes: los 28 pequeños y pequeñas que están sentados en la ronda tienen diversos intereses, dificultades y posibilidades.

Hoy en día, concebimos las aulas como heterogéneas, por lo tanto, sería deseable que dejáramos de pensar en volver a homogeneizarlas, amparados en que todo tiempo pasado fue mejor, ya que no podemos retornar el pasado.

Cabría aquí preguntarnos si de verdad creemos que las estrategias idénticas para todos implementadas hace unos años eran lo mejor para la constitución de nuestros alumnos y alumnas como sujetos y como futuros ciudadanos y ciudadanas de esta sociedad.

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Y en el final nos planteamos que…

Identificar núcleos problemáticos, detectar demandas, generar preguntas, pone en marcha el motor de la curiosidad; activa el deseo por una búsqueda de conocimientos que cada quien despliega desde sus posibilidades. En definitiva, alojar la diversidad no es ni más ni menos que esto… dar al otro la oportunidad de ser quien es y aprender desde su propia esencia.

Sin lugar a dudas, abordar desafíos como los enunciados requiere de la presencia de condiciones institucionales favorables y la gestión de un equipo directivo que avale y sostenga, comprometidamente, estos modos de hacer en la escuela. Cuando planteamos la riqueza del Proyecto como una herramienta de alto valor formativo, de importante impacto en la comunidad, hacemos referencia a estas cuestiones.

Proyectos de esta envergadura no se logran en soledad. Se logran y se concretan cuando una institución se involucra, mediante todos sus actores, a sumar esfuerzos en pos del bien común. Allí radica su fuerza: cuando directivos, docentes, estudiantes y familias comulgan con un ideario que los contiene a todos.

Ojalá, este sencillo artículo sirva a muchos maestros y maestras para invitarlos a pensar en sus estudiantes y en sus aulas. Y a reconocer la enorme riqueza que anida en la diferencia, a no seguir pensando planificaciones anuales y carpetas didácticas con propuestas únicas y uniformes destinadas a niños y niñas siempre diferentes e irrepetibles.

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